Crónica: Voces en el desierto #JusticiaParaErika

Una madre que busca justicia para su hija y su nieto asesinados, un grupo de mujeres que la acompañan y la apoyan, y un desierto que es testigo de su lucha. Esta es la historia de Erika, una médica que fue víctima de feminicidio en San Luis Potosí, y de cómo su caso llegó a los tribunales.

FotografiArte 05 de octubre de 2020
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Daniela Cid

Voces en el desierto
#JusticiaParaErika

Por: Daniela Cid

La fría mañana de octubre me mantenía alerta. Eran las nueve y las prisas me hicieron salir de casa sin probar bocado. Me presenté con la señora Rosa y le pregunté si podría contar la historia de su hija. Me ofreció un café y algo de comer, traía un termo y una caja de churros con azúcar para compartir. 

“Me desperté a las cinco de la mañana y ya no me pude volver a dormir. Mejor, me comencé a preparar para estar lista”. Le escuché decir mientras atendía a quienes le acompañábamos. Observé como procuró en todo momento que las demás nos sintiéramos bien y no nos faltara nada. Rosa tenía dos años esperando que llegara ese día, luego que un hombre -haciéndose pasar por un paciente-, le disparó por la espalda en su consultorio a su hija Erika, cuando ella tenía 38 semanas de embarazo, todo, por cobrar los cincuenta mil pesos que le ofreció el padre del bebé, para terminar con la vida de ambos. 

Más tarde escuché que Rosa le dijo a su prima: “Ya no aguanto mis pies, pero estaré de pie aunque los tenga destrozados”, ante la sugerencia de que se sentara y descansara un poco. Caminaba de un lado a otro, mantenía una actitud amable y una cálida firmeza. 

Las mujeres junto a ella sostenían carteles y empuñaban la mano libre en alto. Cada una tenía motivos para hacerlo. “Ella era mi amiga” me dijo una, me contó que se conocieron en el colegio de los hijos y se hicieron amigas, me platicó de cómo ella estaba siempre dispuesta a escuchar y a ayudar. “No se cómo le hacía” me dijo, “se dedicaba a sus hijos, a sus pacientes, a su maestría, y aún así tenía tiempo para escucharme, estábamos tan emocionadas por la llegada de su bebé, fuimos a desayunar contando ya los días para conocer a Oliver”. Sus ojos se nublaron y le agradecí que me compartiera su historia. 

Sentada en el suelo, con los carteles con la foto de Erika sobre su regazo, otra mujer me dijo “No es mi sangre, pero si mi familia”. Ella me contó de su amiga, de su amor por sus hijos, de su amor por la vida. Su voz la describía con orgullo. Vi a Erika en sus últimos momentos, es algo que nunca podré olvidar, no podía no estar aquí hoy, me dijo.

A media mañana otras mujeres tomaron el micrófono, con un espejo a sus espaldas hablaron de justicia, exigieron que la masacre pare, que esto no vuelva a ocurrir, que no se volviera a matar mujeres por asumirlas como posesión. “Justicia para Erika”, gritaban con fuerza, “y para su bebé”, complementaban sus amigas.

Frente a ellas, solo la sierra y el desierto. 

Escuché que alguien sugirió solo hablar de Erika, ya que el bebé no había nacido, otra voz le respondió, “me consta que nació, yo tuve el certificado de nacimiento en mis manos, le hicieron cesárea, Oliver si nació”, afirmó quien hace dos años hizo el acta de defunción, mientas se lamentaba que la ley le hubiera impedido no haber podido registrar un acta con el nombre de Oliver, el nombre que su madre eligió y que significa “defensor de paz”. En su vientre o fuera, Oliver fue persona, nieto, hijo y hermano. Al final, Erika se lo llevó en sus brazos.

Mientras las historias se deshilvanaban, el pasado viernes 02 de octubre -el día que no se olvida-, en el Centro de Justicia Penal de San Luis Potosí, los jueces deliberaban. Afuera, Rosa quien es terapeuta, observó mi espalda y se dio cuenta que me dolía. Se paró tras de mi y me dio un masaje, enseñándome también como respirar para estar más tranquila. Ella, quien esperaba la noticia de si llegaría justicia para su hija y su nieto, se preocupó por hacerme sentir mejor. Para mi, ese acto la pinta de cuerpo entero.

Alrededor de las 5 de la tarde, en el desierto potosino y con la frente en alto, la madre recibió la noticia: se había dictado sentencia, a los acusados les encontraron culpables. La pena por feminicidio en el Estado va de 20 a 50 años de prisión, el próximo 07 de octubre sabrán el tiempo en el que estarán en la Pila quienes le quitaron la vida a Erika y a Oliver, a quien solo le faltaban cinco días para nacer.

Rosa, la madre de Erika y sus hijos pasarán una vida recordándola, con un nombre cuyo significado envuelve su memoria: “la princesa eterna”. 

Que nosotros no olvidemos nunca sus nombres. 

Que en paz descansen.

#JusticiaParaErika #JusticiaParaErikayParaOliver #NiUnaMás

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