La ciudad de los destrozos

En su columna La Justa Razón, Adrián Rodríguez Alcocer nos plantea una reflexión sobre el uso de la violencia como forma de protesta en las marchas y manifestaciones que se realizan en México. ¿Qué motivos pueden llevar a las personas a recurrir a la violencia para expresar su inconformidad? ¿Qué valores o principios pueden justificar el daño a la propiedad o a las personas? ¿Qué ejemplos históricos o religiosos podemos encontrar de violencia legítima o ilegítima? No te pierdas su opinión y análisis sobre este tema tan complejo y polémico.

PolitizArte 10 de marzo de 2021 Adrián Rodríguez Alcocer
La Justa Razón-min
La Justa Razón Ilustración de PoliticArte

Columna La Justa razón de Adrián Rodríguez Alcocer

Para no subirnos en la coyuntura y publicar otro artículo más sobre el 8 de marzo, lo que representa y lo que se interpreta del mismo, voy a entrar al tema solo tangencialmente. Es común, después de alguna de las muchas movilizaciones sociales que azotan a la Ciudad de México con bastante regularidad, escuchar voces indignadas por la violencia de los manifestantes y los destrozos a la propiedad, pública o privada. Especialmente grave cuando este violencia se destruye contra objetos de mayor valor histórico o se dirige en contra de personas inocentes que se ven rodeadas por la muchedumbre, o que se encuentran haciendo su trabajo (policías, por ejemplo).

De hecho, la violencia en el marco de las movilizaciones sociales no es nuevo ni es exclusivo de determinados grupos o colectivos. El signo político que hoy se esconde detrás de vayas y agentes antimotines estuvo hace no mucho en la calle, rodeando y atacando el mismo edificio en el que hoy se resguarda. Me vienen a la mente los destrozos hechos en el marco de los desaparecidos de Ayotzinapa y su “antimonumento” que también sufrió varios atentados y pintas.

Sin mucho esfuerzo veo imágenes de una estación de metrobús ardiendo en las inmediaciones de CU, y. hablando de la universidad, me parece que tapiar los comercios del Centro Histórico con paneles de madera es una tradición de larga data para los días 2 de octubre. Es más hace un par de años tuve que ir a un evento en la tardenoche de ese día precisamente a la Alameda Central, y recuerdo, al salir por la noche, caminar sobre los vidrios destrozados de un par de restaurantes junto al edificio de Relaciones Exteriores.

Desde que mi ser chilango (mexiquense) recuerda, la violencia y los destrozos son parte esencial de las “marchas”. Excepciones las hay, por supuesto, pero creo que los mexicanos estamos más o menos acostumbrados a que la protesta social tome estos derroteros en lugar de formulaciones acaso más civilizadas. El problema –y es algo que reflexionaba ayer- es que en México parecen existir muchas razones para romper cosas.

Me explico: la violencia como forma de protesta no es siempre condenable, ni siquiera si partimos de la moral más cristiana-conservadora (estos términos, contrario a la opinión popular, no se implican uno a otro). Jesús, apenas escuchábamos el domingo pasado, hizo uso de esta forma de protesta para limpiar el templo de mercaderes y comerciantes que lo deshonraban (interesante que en ese mismo pasaje hace referencia a su cuerpo como el Templo que destruirían y él reconstruiría en 3 días.

Lo que me hace pensar cuánta más indignación cabrá en Nuestro Señor por la profanación de los cuerpos de sus hijas), relato que contrasta con el Jesús manso y humilde que perdona la Cruz y los latigazos. En la misma línea pienso en la Cristiada, ese levantamiento armado en contra de la persecución religiosa de los años 1926 a 1929, cuyos cristeros hoy son, para muchos, modelos de heroísmo y resistencia contra el poder corrupto. Estos cristeros, por cierto, no estuvieron exentos de cometer crímenes de guerra y matar inocentes, si acaso menos que sus contrarios federales.[1]

Parece entonces que sí existen algunas razones que justifican el recurso a la violencia: la legítima defensa en contra de otra violencia iniciada contra uno, sobre todo si pone en peligro la vida; la defensa de ciertos valores especialmente importantes, hasta íntimos; la resistencia en contra de una o varias injusticias cometidas por un poderoso. Está claro que este recurso es de último recurso, que otros deben agotarse antes, como durante la persecución previa a al Cristiada que vio una impresionante recolección de firmas y un boicot económico antes del alzamiento; pero desoídos esos clamores pacíficos, el recurso a la violencia no siempre parece condenable.

No tengo una respuesta clara, pero sí puedo decir con bastante certeza que si tengo que escoger entre cadáveres y muros pintados, ¡que pinten los muros! Entre mujeres y niños golpeados, abusados, esclavizados... y patrullas quemadas ¡quemen las patrullas! Entre niños asesinados antes de nacer y automóviles volteados, ¡volteen los automóviles! Entre hombres, mujeres y niños muertos por las drogas, el crimen, el hambre y la miseria, y monumentos tirados, ¡tiren los monumentos!

El problema, en realidad, es que en México tenemos todo eso: cadáveres, violencia, asesinatos, miseria… el problema, en realidad, es por qué en México no lo hemos quemado todo. Pero no perdamos nunca de vista, que de las cenizas tenderemos que construir, y más nos vale estar listos para que lo que construyamos después sea la justicia, la igualdad, y un país donde se respeten los derechos de todos, porque si no, todo lo habremos perdido. 
[1] Para conocerla verdad de esta increíble lucha, más allá de sus versiones oficiales, hay que leer la historia que hace Jean Meyer en “La Crsitiada” (Siglo XXI). Primero y más extenso estudio serio sobre el tema.

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