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Que el aborto sea impensable.
¿El debate sobre el aborto solo debe reducirse a una cuestión legal? O tambien a una cuestión ética y social. En esta columna, Adrián Rodríguez Alcocer nos comparte su experiencia como defensor de la vida y nos invita a reflexionar sobre las causas y las consecuencias de esta práctica que atenta contra la dignidad humana.
PolitizArte06 de septiembre de 2021 Adrián Rodríguez AlcocerMe involucré en la defensa de la vida en el año 2008, cuando la SCJN estudió y resolvió las Acciones de Inconstitucionalidad presentadas en contra de las reformas al Código Penal que despenalizaban el aborto en la Ciudad de México durante las primeras 12 semanas de embarazo. El cambio era importante, aunque no total. El aborto ya estaba despenalizado (que no necesariamente es lo mismo que permitido) con base en ciertas excusas absolutorias que eliminaban la sanción penal en ciertos casos, como la violación, o el peligro de muerte de la madre.
Me involucré de lleno, tanto como un estudiante de tercer semestre de derecho, firme en sus convicciones, puede hacerlo. Conocí el movimiento en defensa de la vida desde dentro. A medida que avanzaba en mi carrera, y una vez egresado, tuve la oportunidad de trabajar para diversas organizaciones que fueron punta de lanza en esta lucha. La defensa de la vida, desde su inicio en la concepción, hasta su fin natural, ha sido mi causa desde hace 13 años, al menos.
Por eso debería sorprenderme que el debate esté, otra vez, sobre los mismos argumentos de hace trece años. Debería sorprender porque creo que en prácticamente cualquier campo del conocimiento 13 años son suficientes para que las problemáticas planteadas, los conocimientos y los argumentos evolucionen al menos de manera notoria. Y, sin embargo, los planteamientos son los mismos, las estrategias son las mismas, los tiempos de reacción son los mismos. El único cambio claramente perceptible son los rostros de muchos de los nuevos jugadores que hoy llevan el tema.
Pero no me sorprende por varias razones. Las cosas están así, en parte porque se trata de un debate de posiciones absolutas. Aborto es matar, o aborto es proteger a las mujeres. No hay puntos medios, no hay concesiones posibles. Pero esto no debería detenernos para ir más allá del sí o el no, acudir a las causas, a las motivaciones, proponer nuevas formas de resolver las problemáticas que hacen que las personas reales, de carne y hueso, se planteen matar a sus hijos porque lo perciben como una solución a problemáticas complejas con las que deben vivir.
Sí, es un debate de absolutos, pero eso no debería convertirnos en repetidores de argumentos, en necios que persisten en plantear este tema como un juego de fuercitas ideológicas, a ver quién tiene la razón, a ver quién convence un congreso o gana una sentencia. Me parece que insistir en ver el aborto como una situación meramente abstracta, propia de debates, togas, curules y tribunales, nos hace cerrar los ojos a los cientos de asesinatos de no nacidos que se producen con o sin el respaldo de la ley.
La composición de la SCJN y la coyuntura política del país hacen bastante probable que tengamos que aprender a vivir con un marco jurídico hostil a la vida desde la concepción, pero eso, me parece bastante secundario. Nuestro objetivo no es, ni debe ser, ilegalizar el aborto. La prohibición de esta práctica es meramente instrumental, es una herramienta (poderosa) para proteger la vida de todas y todos, en todos los momentos y etapas de desarrollo. El ideal no es un país con el aborto tipificado como delito, sino un país en el que, independientemente de sus normas, no se produzca un solo aborto voluntario; en el que más allá de si es legal o ilegal, el aborto sea inconcebible como solución o camino, sea sencillamente impensable.
Ese es el fin, y las leyes un medio. No se nos olvide que el hombre no fue hecho para servir a la ley, sino la ley para servir al hombre (Mc 2, 27). Así que venga, a seguir en la lucha. A movilizarse, a debatir y a perseverar. Pero no se nos olvide que esta lucha está más en las familias, en los corazones de miles de mujeres solas, víctimas de violencias diversas, presas de ideologías deshumanizantes, y menos en las curules de los congresos; mucho más entre las familias y personas abandonadas por una sociedad ciega y un Estado claudicante, atrapadas en un sistema económico capaz de producir injusticias incomparables, que en los pasillos de los palacios de gobierno; está mucho más en los abortorios legales y clandestinos, en las salas de espera y las filas de las clínicas… y menos, mucho menos, en los congresos y en los despachos judiciales.
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