El apasionante mundo del saber. Hichki

¡Felicidades a todos los maestros y estudiantes!

La docencia es una bella y noble labor pues se trata de una profesión que trabaja no con archivos ni computadoras sino fundamentalmente con personas. Se busca formar individuos de bien para nuestra sociedad; sin embargo, como todo empleo implica grandes esfuerzos y sacrificios, más aún si se trata de dar clases a adolescentes. 

Tal es el caso de Naina Mathur quien protagoniza la película Hichki. Esta prominente profesionista estaba deseosa de impartir clases y después de varias entrevistas y rechazos logró conseguir el que para ella era el trabajo ideal. Naina, quien padecía del síndrome de Tourette y por el cual había sido negada en repetidas ocasiones, aceptó comenzar a dar clases a adolescentes de un entorno socioeconómico muy pobre y desfavorecido.

El reto de la enseñanza fue todo un desafío por los espasmos y ruidos que la profesora emitía frecuentemente, los cuales dieron pie a risas y burlas de los estudiantes, así como a regaños y amenazas del director debido a que desde su óptica esos jóvenes seguían igual de rebeldes e inquietos. Pero eso no fue impedimento suficiente para hacerla desertar, al contrario, los avisos de los directivos resultaron ser un aliciente para generar estrategias pedagógicas más creativas que lograron no solo compartir el conocimiento, sino en primera instancia, captar la atención de sus alumnos y de toda la escuela.

Una maestra que convirtió el laboratorio, la biblioteca, las canchas y hasta las calles y plazas de esos barrios pobres en aulas, para hacerles ver a cada uno de esos muchachos que detrás de sus imperfecciones, carencias y necesidades había talentos y habilidades por descubrir y acrecentar.

La dulzura, paciencia e inteligencia de esta profesora lograron cautivar a los alumnos más pobres de la India, y así juntos cada uno de ellos fue dando pequeños grandes pasos en la conquista de sus sueños escolares y personales.

Esta columna está dedicada especialmente a todos los maestros que con gran amor y pasión se desgastan no solo por enseñar sino por formar, educar y dar esperanza. Gracias a todos los que han sido, son o se están preparando para ejercer esta extraordinaria labor de la docencia. Esta columna también va dedicada a todos los niños, jóvenes y adultos que están estudiando, que disfruten ese apasionante e interminable mundo del saber. Hay mucho por descubrir y conocer, ¡ánimo!

Sigamos disfrutando y compartiendo el conocimiento para transformar nuestra sociedad y nuestra patria en un mundo mejor y más humano para todos.

Ana Matán